Cuerpos y cargas
A veces, las cargas que llevamos son invisibles para los demás, pero profundamente reales para nosotros. Cada vida es un entramado de historias, de luchas que nos definen. La depresión puede envolvernos como una telaraña, pero recordar que no estamos solos es el primer paso para liberarnos.
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Desde el rincón oscuro de una habitación olvidada, allí donde la luz apenas se atreve a rozar las sombras, empiezo a tejer. Mis manos se mueven con precisión milimétrica, hilando un entramado que parece caótico, pero que en realidad sigue un patrón que solo yo comprendo. Cada hebra que entrelazo, cada hilo que tenso, es parte de una vida, una historia que se ha cruzado conmigo. Así, mi red se convierte en el testigo silencioso de los susurros y gritos de aquellos que nunca encuentran paz.
Los hilos son frágiles, tan finos como los pensamientos que atormentan a un alma perdida. Cada uno de ellos representa una batalla, un demonio que alguien, en algún lugar, intenta enfrentar. Lo sé, porque puedo sentirlo. El peso que llevan se adhiere a mis hilos como la desesperación se aferra a una mente que no conoce la calma. Son demonios invisibles, pero no menos reales. Los veo en la vibración de cada hilo cuando una mente se rompe un poco más, cuando un corazón se apaga lentamente.
Desde el centro de mi red, observo en silencio, entendiendo que, como los hilos, las personas también están atrapadas en sus propios laberintos. Historias de dolor, de pérdida, de soledad. Con cada giro, tejo las emociones de aquellos que han quedado atrapados en la tristeza, personas que viven con demonios internos que no saben cómo exorcizar.
Uno de mis hilos es especial. Se balancea más que los otros, sus vibraciones son irregulares, como los pensamientos oscuros de quien no puede silenciar las voces que le susurran desde lo profundo de su alma. Es el hilo de alguien que ha intentado resistir, que ha luchado contra los fantasmas de su mente. Día tras día, tejí su historia, vi sus miedos reflejados en cada hebra.
Este hilo pertenece a alguien que había olvidado el sabor de la luz. Alguien que, en su desesperación, había caído tan profundo que no veía otra salida que el final. Los demonios habían consumido cada rincón de su ser, y mi red lo sabía. Cada fibra de la red se tensaba bajo el peso de su dolor, y yo, impotente, solo podía seguir tejiendo, observando cómo su historia avanzaba hacia una decisión final.
Hasta que un día, la vibración se detuvo.
El hilo quedó suspendido, inerte, como si el alma que lo habitaba se hubiera apagado. Y en ese silencio, comprendí lo que había sucedido. No era solo un hilo más en mi red, no era solo una historia más de dolor. Era el desenlace de una vida que había luchado, que había intentado escapar de sus demonios y, al final, había decidido rendirse.
Mi red está llena de historias como esta. De almas que no pudieron soportar el peso de sus cargas. De personas que buscaron una salida en la oscuridad, en un silencio eterno. Pero también está llena de hilos que aún se mueven, de vidas que siguen resistiendo, de quienes, aunque rotos, aún buscan la forma de encontrar la paz.
Tejo las historias de quienes luchan contra sus propios demonios, de quienes, en su desesperación, buscan un alivio que no encuentran. Cada hebra es una vida, cada hilo es una batalla. Y aunque muchos no lo sepan, al final, cada uno de nosotros está conectado.
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