El Despertar de los Dioses

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Me encontraba junto con mi compañera Megan y el profesor John Shetland, el viaje en avioneta fue turbulento y nos sentíamos con un poco de malestar. Caminábamos por un largo sendero y una alfombra blanca nos daba la bienvenida. Todo a nuestro alrededor era blanco. Puro. Inmaculado.

Arribado a la Antártida, éramos un grupo que relevaría a otro para analizar el polo magnético de la tierra. Después de tomar un vehículo que parecía un trineo, finalmente llegamos al lugar…

La puerta de entrada al recinto, era de hierro y el hielo rodeaba los extremos congelando los goznes. No había timbre, así que golpeamos la puerta para que nos abrieran.

Nada. Sin respuesta alguna. Tan solo el silencio nos respondía.

Al no recibir respuesta, preparamos el soplete e hicimos un agujero en la cerradura. Conseguimos abrirla y mientras cedía, los gruñidos de la misma, se alejaron en la oscura penumbra del interior. Unas tenues y titilantes luces de los fluorescentes, eran la única iluminación del lugar, acompañadas de telarañas y soledad.

No había ni rastro del otro equipo técnico…

Caminamos con sigilo, el ambiente estaba impregnado de un fuerte aroma, uno que al principio no supimos identificar, pero conforme avanzábamos nos percatamos de esa esencia infernal. Azufre.

Tragué saliva, el corazón me abrumaba, nunca imagine una situación como esta. El profesor se mantenía alerta en el umbral, se percató en el piso de una mancha seca de color azul, a primera instancia no parecía nada. Por otra parte Megan nos avisó que había encontrado un diario.

Enseguida fui y lo observamos anonadados, al estar hojeando nos dimos cuenta que algunas eran frases incoherentes con signos extraños que en ese momento no supimos que significaban, decían así;

…los polos magnéticos están cambiando…

…los iones  transmutados lo despertaran…

…el Alma de Metatrón tiene la respuesta…

Al final de las notas venían unas coordenadas;

 78° 35’S, 85° 25’O

Desconcertados, proseguimos la inspección del lugar sin encontrar nada más relevante que aquel diario. Así que decidimos buscar dichas coordenadas. Las introducimos en el GPS y nos indicó unos veinte kilómetros desde donde nos encontrábamos. 

Megan, comentó no ser una buena idea investigar aquello; algo le decía que mejor no escarbar. Pero terminamos en el interior del vehículo con dirección a la oscura noche nevada.

Cuando llegamos a las coordenadas marcadas, frente a nosotros, la boca enorme de una cueva nos enseñaba su penumbrosa garganta. Preparamos todo el material necesario más los trajes térmicos para las bajas temperaturas y los cascos con linternas a ambos lados.

Entre pasos inseguros, empezamos a adentrarnos por aquella negrura…

Dejamos atrás los copos blancos de la nieve para avanzar en las fauces de lo incierto, de lo desconocido, de lo inconexo.

Solo había algo que retumbaba en cada uno de nosotros y eso era encontrar a nuestros compañeros, encontrarlos sanos y salvos.

Megan me tomaba con fuerza de la mano, cada paso que dábamos sentíamos que descendía más la temperatura; 10°, 5°, 0° , -5°, -10°, -15°, -20°.

El profesor John era el que nos guiaba en medio de toda ese vorágine que nos embargaba, nos sumergimos en la cueva, observando grandes estalactitas en el techo y estalagmitas en el piso, cuando inesperadamente nuestra compañera titubeó unos pasos y fue en ese momento que el piso se cuarteo.

¡Megan!

Dimos un sonoro gritó que retumbo por todas partes, observando como caía estrepitosamente, ahora era tiempo de rescatarla, no sin antes escuchar anonadados lo que decía;

—¿Pero qué mierda es esto?

Nosotros, aún perplejos por la caída de Megan, nos asomamos por la brecha formada con el desplome del suelo.

—¿Estás bien, Megan? —dijimos, el profesor John y yo al unísono.

—Sí, todo está en su lugar, creo. Pero tenéis que descender aquí abajo para ver esto con vuestros propios ojos.

Anclamos un agarre en el hielo y atamos una cuerda para poder descender haciendo rapel. Primero bajó el profesor y después yo. Mientras bajaba eché un vistazo alrededor; era increíble. Una subcuenca se habría paso bajo la cueva. Un río con aguas negras y ponzoñosas, fluía por el entremedio. Al llegar abajo, pude ver con más detalle: El río se perdía en la inmensidad de la oscuridad, las paredes de hielo se congregaban dándonos la bienvenida. Pero lo más extraño, era que más adelante se dibujaba una magnánima forma congelada entre las sombras.

Decidimos inspeccionar aquello…

Seguimos avanzando, dando trémulos pasos y expectantes ante aquella figura a la luz mortecina. Tragué saliva, el silencio y el frío se intensificaban, estábamos a escasos metros cuando un sonido nos hizo dar un gran salto.

—¡Joder! —exclamo Megan que era la más aprensiva mientras se llevaba la mano al pecho.

Era el radio del profesor John que se había activado, al parecer alguien trataba de comunicarse con nosotros. Nos detuvimos escépticos por aquella misteriosa transmisión. De nuevo quedamos en silencio sabíamos que solo nuestros compañeros conocían el canal y la frecuencia en la que teníamos los radios.

La señal estaba distorsionada tal vez porque estábamos dentro de la montaña Vinson y por ende no podíamos comprender que era lo que decía…

—Parece la voz de “Lin Zhao”. —agregó Megan con sentimiento.

—Sigamos adelante.

Las palabras del doctor John Shetland solo hicieron que observáramos mejor nuestro alrededor, ya que la cueva estaba plagada de esos extraños signos o símbolos que estaban en el diario y al aproximarnos más pudimos observar lo que estaba congelado o mejor dicho congelados.

Eran hileras de cuerpos de osos polares y diferentes animales petrificados en una sustancia azulada como la que había en la cabaña, pero eso no era lo sorprendente, lo sorprendente era que parecía que les habían hecho la necropsia, pero aquí los órganos estaban expuestos como si alguien los estuviera estudiando…

Sus torsos estaban completamente abiertos, la piel estirada hacia el exterior y contenida con unos pequeños ganchos clavados a los laterales, a esa viscosidad de color azul; también congelada.

Seguimos caminando a través de aquella espantosa estampa. Parecían las figuras petrificadas de los guerreros de terracota, en china, pero en vez de unos detrás de otros, los cuerpos estaban los unos al lado de los otros, con espacios considerables entre filas. Imaginamos que aquello era para poder ver las entrañas con minuciosidad.

Un poco más adelante, nos pareció que los animales terminaban, había otras formas. Más humanoides… Corrimos hacia allí con los nervios a flor de piel y, no nos equivocábamos; humanos.

Solo dos, pero los conocíamos. Eran del otro equipo: Lin Zhao era una de ellos, el otro era unos de los técnicos especialistas de las líneas de los campos geomagnéticos, el profesor Maiquel. Ellos estaban congelados con los brazos y las piernas abiertas. Completamente desnudos y sus torsos abiertos y  expuestos. La sangre se nos heló, la piel erizada y el corazón desbocado. Megan no pudo detener el contenido de su estómago.

¿Cómo la radio pudo darnos señales con la voz de Lin Zhao, sí ella, ella estaba… ? ¿Acaso eran frecuencias repetidas del pasado, que se hacían eco una y otra vez en aquel lugar?

No supimos que significaba todo esto y evoqué algunas líneas del diario que habíamos tomado; “ecos en el tiempo” “archivos impresos en los átomos del firmamento”…

En ese momento solo había algo que surcaba nuestra mente y eso era salir, salir de inmediato de ese tétrico lugar, pediríamos apoyo a las autoridades para esclarecer estos cruentos eventos.

En la cueva estaban unos grabados, parecían jeroglíficos con una extraña lengua una que precedía a los sumerios y a cualquier raza humana anterior, al parecer contaban una historia, la historia de cómo esas cosas habían llegado a la tierra…

Estaba por decir algo cuando Megan comenzó a caminar hacia el final de la cueva, parecía ida, como autómata, el profesor le gritó en varias ocasiones pero ella no reaccionaba. Fue en ese momento que optamos por seguirla, cada paso que avanzaba nos alejaba más de esa cueva y más a la luz que se veía en el horizonte. Estábamos por salir cuando un halo nos deslumbro y eso fue ver que frente a nosotros se erguían estructuras inconmensurables, parecían estalagmitas, pero a diferencia de las convencionales estas eran de una especie de cristal con ese toque de color azulado y eran más grandes que los edificios, era más grande que las propias montañas.

Habíamos arribamos a su ciudad…

Se alzaban enormes edificaciones de diseños y formas muy distintas a las nuestras. No eran rectas y lineales, al contrario, se retorcían o se inclinaban de maneras imposibles. Además, todas ellas estaban cubiertas de cristal transparente y totalmente impregnadas de ese líquido azul.

Perplejos ante tal paraje, nos quedamos ahí petrificados, hasta que Megan gritó, sacándonos de aquel asombro. Volvió en sí y aterrorizada, no paraba de repetir: ya están aquí, ya están aquí

—¿Pero Megan, de qué estás hablando? —dije con estupor. Pero continuaba repitiendo lo mismo una y otra vez, meciéndose adelante y atrás con la mirada perdida y vacía.

Después de un rato intentando hacerla volver, unos alaridos nos pusieron en alerta. Habían resonado no muy lejos de donde nos encontrábamos. No parecía tan solo uno, sino varios, agrupándose y acercándose.

Al instante se hizo el silencio; un silencio ensordecedor.

De las edificaciones colindantes empezaron a aparecer una especie de criaturas: no eran muy grandes, con seis patas acabadas en púas que sobresalían de un tronco como si de arañas se tratasen. Pero no lo eran; cuatro patas más, se dejaban ver más arriba de su tronco. Parecían más bien unas garras con dedos largos y puntiagudos. La cabeza, si se podía nombrar así, estaba pegada al cuerpo, sin cuello ninguno y con un rostro como si estuviera del revés. Una boca redonda y dentada donde debería estar la frente, y cinco ojos donde debería estar la boca.

Eran aterradores y estaba claro que venían a por nosotros. Conté que se nos acercaban unos ocho; y sin pensarlo ni un instante, comenzamos a correr con desespero en dirección contraria a ellos.

El profesor John, arrastraba a Megan por una de sus manos, pero ella seguía aturdida e ida, y se estaba tropezando cada dos por tres. En uno de esos tropiezos, la mano de Megan se soltó de la del profesor, y sin apenas tener tiempo de reaccionar, unas de esas criaturas ya la tenía agarrada de uno de sus tobillos.

Nos dimos la vuelta para intentar ayudarla, pero nada más pudimos ver cómo esa bestia la cogía por pies y manos y, las amputaba del tronco junto a la sangre salpicando su horrible rostro. Megan cayó al suelo con un golpe seco y la criatura nos lanzó los brazos, que acabaron frente a nosotros, inertes… y esa cosa nos miraba con desafío…. 

Maldad.

Oscuridad.

Iniquidad.

No sé qué más sentí al ver esos extraños y amorfos orbes

Un frío recorrió todo mi cuerpo, quede absorto observando a ese ser, ser que como describían esos jeroglíficos precedía a cualquier cultura de la humanidad y que procedían de otra galaxia, de otro plano, provenían del <<corredor infinito>>

No sé cuánto tiempo dure en vilo observándolo, me tenía hipnotizado, magnetizado y electrificaba cada célula de mi cuerpo, despolarizando mi entendimiento…

En un furtivo destello rememore como habían arribado a nuestro planeta, como fue que algo los llamo entre las estrellas, viajando por nebulosas etéreas, constelaciones reas , galaxias fatuas y supercumulos de galaxias.

Llegaron a un nuevo páramo, la luz de un objeto ancestral fue lo que cautivó su espectro astral. En los jeroglíficos relataban que era una especia de trapezoedro, el trapezoedro iridiscente, sin embargo cuando llegaron aquella pieza se había perdido en el firmamento.

Después de eso ya no pudieron salir del planeta, quedaron atrapados, como si de una cárcel se tratara, pero ellos tenían un lúgubre plan, uno que los haría salir inevitable de este plano abismal.

En cierto lugar de la tierra construyeron una gran nave, una que reposaba en una pista inefable. Rocas megalíticas la sostenían, eran los Trilitones, piezas que pesaban más de mil toneladas situadas en Baalbek. Estaban listos para volver a navegar.

Sin embargo en ese momento otros seres llegaron, eran un tipo de seres que eran un fuego blanco. Estos eran más antiguos que el tiempo y los astros. Fue en ese momento que las arañas amorfas pelearon contra esos seres, lid que duro milenios y milenios hasta que el fuego destruyó las naves y solo quedaron las piedras gigantes.

Pero los jeroglíficos no terminaban allí, describían algo más, algo inimaginable que hasta ese momento no podía canalizar, y eso era que por su pelea, algo en el centro de la tierra se había activado, era una especie de entidad que radicaba en el centro, en el núcleo interno, allí donde solo hay níquel y hierro.

Cientos de volcanes se activaron, hicieron erupción al mismo tiempo y una bruma negra eclipso el firmamento. Fue en ese momento que un nuevo elemento había emergido de las profundidades, elemento que al recombinarse con la carne putrefacta de las arañas y purificarse con el fuego blanco se había formado algo inédito e inestimado. Algo que cada ser de este planeta tenía grabado en su ADN y eso eran las primeras células que nos habían conformado, ellos eran nuestros…

Después de ese flash por fin volví en sí y junto con el profesor John corrimos para escapar de esos lúgubres y amorfos seres…

Mientras corría me giré para ver qué hacían esos seres, pero estaban quietos, no nos acechaban. Me extrañó, pero no me iba a detener para averiguarlo. Continuámos despavoridos de regreso a la gran estancia congelada, donde los cuerpos abiertos se alineaban. Y al empezar a pasar entre ellos, un temblor nos obligó a detenernos. El suelo se movía, crujía y se sacudía. Las figuras también temblaban a nuestro alrededor; estalactitas se desprendían de lo alto, cayendo a un lado y al otro, impactando contra aquellos cuerpos y despedazando cabezas y miembros congelados. Caían cerca de nosotros y alertados, intentamos retomar la huída, pero otro temblor todavía más fuerte nos desequilibró, llevándonos al suelo.

Yo caí boca abajo, y al mirar, este empezó a resquebrajarse. Enormes grietas se estaban dibujando por todo él. Los cuerpos se precipitaban hacia esa nada, hacia esa negrura por la que un resonante sonido emergió.

Retumbaba por todas partes devolviendo los ecos de un rugido; un aullido que desprendía el propio infierno bajo nosotros.

Conseguimos con dificultad por las sacudidas y el terror, ponernos en pie.

Seguimos adelante esquivando grietas y todo lo que se desprendía e interponía en nuestro camino, llegando a las cuerdas que habíamos dejado colgadas al descender allí. El profesor ascendió en primer lugar, después, cuando yo ya iba por la mitad, un estruendo ensordecedor me hizo mirar al horizonte, y al instante, una especie de tentáculos emergieron  de entre las grietas, destruyendo lo que quedaba de aquel suelo congelado. No me quedé para averiguar de qué se trataba. En cuanto llegué arriba salimos pitando de allí. Nos montamos en el vehículo, giré la llave para ponerlo en marcha y pisé a fondo.

Al irnos alejando, vimos que toda la entrada de la montaña quedaba sepultada por un desprendimiento de nieve, tierra y rocas, debido a los temblores que aquella criatura estaba produciendo.

No dijimos ni una palabra mientras conducía, pero estábamos seguros de que aquello era una criatura primordial. Que los jeroglíficos nos advertían y nos explicaban el principio de todo, el inicio de la vida. Que el otro equipo se introdujo demasiado profundo en ello; con consecuencias desastrosas. Y que sin duda, existen ciertas cosas en las cuales es mejor no escarbar.

Ahora todo quedaba atrás, sin embargo algo retumbaba en lo más profundo de mi interior y eso era el nombre de ese ser, de ese Dios que ahora había despertado, Dios que lo hacían llamar “Interitus”.

FIN

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Mario Alberto Beas

La tinta negra se fusiona con la bruna iridiscente dando origen a historias insondables en el páramo, donde los seres de otras dimensiones nos observan para transmitir el horror cósmico.

Escribiendo Junto a la Luna

Cuando las sombras y la oscuridad se mezclan entre los pétalos de unas rosas rojas, y la claridad de la luna, alumbra unas palabras impregnadas con la tinta del corazón. De ahí surgen mis letras.