EMPÍREO
¿Ustedes que creen que exista después de la muerte?
¿Qué hay al final del túnel de la luz?
Despertó…
Despertó atónito sin poder comprender que estaba ocurriendo a su alrededor. Tenía un fuerte dolor de cabeza que no lo dejaba pensar con claridad. Se encontraba como estatua sin poder moverse, por algunos segundos dejo de respirar, aunque para él le resultaran minutos y la falta de aire en su cuerpo lo hizo entrar de nuevo en sí. Se levantó pausadamente, sacudiéndose un poco el polvo que tenía en su ropa.
Frente a él, estaba una imponente estructura. Era la entrada de un gran templo antiguo. La lúgubre entrada no poseía puerta a sus costados, se encontraban dos estatuas que eran unos demonios con capucha. Median aproximadamente cincuenta metros, pero a estos no se les veía el rostro.
El hombre caminó con sigilo, cada paso que daba era como si no fuera él, como si todos sus músculos fueran ajenos a este. Observó esas estatuas demoniacas, eran siniestras.
—¿Dónde estoy? —musitó, no supo si lo había pensado o lo había dicho. Caminaba con cierta parsimonia. En ese instante cuando paso por debajo del gran marco frente a él, en el firmamento se percató claramente la luna, pero esta no era como la recordaba, tenía algo peculiar, algo extraño, algo singular; <<la luna derramaba
sangre>>.
El hombre en esa fracción de segundo quiso correr, alejarse de ese lugar, pero su curiosidad era mayor, quería saber dónde se encontraba y que hacía en ese lugar.
—¿Hay alguien ahí? —gritó en medio de la nada y su voz resonó como un eco— ¿Por favor alguien que me ayude? —de nuevo un inquietante silencio, seguido de un— ¡Mierda donde estoy!
Frente a él solo había lapidas por todas partes, parecía que estaba en un viejo y decrépito cementerio. Los ataúdes se encontraban en un muy mal estado, estos estaban podridos con el tiempo. No podía distinguir los nombres de las lapidas, estaban muy desgastadas.
—¿Quién diablos murió aquí?
Se preguntaba mientras se agachó para poder observar mejor lo que decía, intento limpiar la vetusta cripta, tal vez así podía orientarse del lugar donde estaba. Sin embargo cuando estaba limpiando la vieja lapida quitando un poco de telarañas y tierra, algo detrás de él lo tomo por sorpresa, lo empujo con fuerza hacia un ataúd podrido. Una voz metálica y deformada profirió:
—¡Quieres saber quién murió allí idiota, pues ahora lo sabrás! El hombre cayó de espalda en la vieja tumba rompiendo la madera en mal estado, el hedor a podrido eclipsaba sus sentidos. A lo lejos escucho una voz entre el polvo que estaba a su alrededor, esta se distorsionaba, frente a él se encontraba una figura amorfa que se
movía erráticamente.
—¡Ayúdenme, ayúdenme, sáquenme de aquí! —vociferó el pobre hombre.
Intento salir lo más rápido que pudo, haciendo acopio de toda su fuerza, sus movimientos eran bruscos casi al borde de la desesperación, sin embargo todos sus esfuerzos fueron en vano, entre toda esa pestilencia y hedor, había algo que le impedía salir de la asquerosa cripta; algo extraño lo agarraba con vigor para no dejarlo ir. El ente frente al hombre respondió:
—Grita todo lo que quieras imbécil, nadie te sacara de aquí. Nadie.
Parecía una sombra negra, se distorsionaba con cada movimiento que realizaba, se dio la vuelta mientras el hombre en la tumba seguía gritando sin cesar.
—¡Por favor sáquenme de aquí! ¿Alguien que me ayude? ¡Por el amor de Dios que alguien me ayude!
<<Dios>>, una palabra que parecía ajena a ese lugar, como si no fuera parte de todo ese entorno. El hombre gritaba hasta que se le desgarró la voz, sus manos y pies estaban firmemente agarrados por lo que parecían unos huesos, había poca luz en ese lugar, sentía como con cada movimiento que daba lo apretaban con más fuerza.
—¡Ayúdenme, por favor ayúdenme!
El hombre no supo cuánto tiempo pasó, tal vez fueron días o algunas horas, incluso efímeros segundos, pero lo que estaba por experimentar lo dejaría marcado por el resto de su vida. Los huesos en el ataúd se empezaron a mover de una manera extraña, parecían que se incrustaban en su piel, causándole dolor, perforaban sus piernas, costillas, brazos e incluso el cráneo, <<pensaba que estaba a punto de morir, sin embargo estaba lejos de eso>>.
Lo que sintió desde su perspectiva fue algo meramente astral, aunque no recordaba cómo había llegado a ese macabro lugar, ahora todo parecía más claro. La lucidez llego a su ser en el momento que recordó su muerte. Un accidente automovilístico fulmino su miserable vida, una muerte rápida e instantánea para un vida llena de pecados, engaño, extorsión, gula, ira, incluso homicidio culposo; el hombre nunca sintió alguna pena o resentimiento. En ocasiones las personas que vivían en pecado tenían una muerte indolora y los bienhechores morían de formas atroces.
Las visiones eran tan nítidas y claras que las experimentaba en carne propia, sentía como su cuerpo iba colapsando por los diferentes traumatismos que había sufrido en el accidente, aunque él no había tenido la culpa en dicho siniestro, la muerte era así, llegaba a tu vida de forma inesperada. Y por primera vez en su ser sintió algo de culpa, un sentimiento que nunca había experimentado en su deplorable vida, percibió algo por todas esas personas que había extorsionado y explotado, algunas monetariamente y otras sexual, saciando sus más bajos instintos mientras ellas necesitaban desesperadamente esa ayuda que él ficticiamente les ofrecía.
—Lo siento… cuanto lo siento…
Comentó el hombre desde la sombría tumba. Su voz era un susurro apenas audible para una persona que estuviera a un lado de él. Su cuerpo se estremecía, como si todos sus músculos se tensaran y al mismo tiempo se relajaban, una experiencia extracorpórea. Una voz afuera de la cripta de nuevo lo saco de su estupor.
—¡Que mediocre! —vociferó la presencia— ¿En verdad lo sientes? ¡Esto no es nada comparado con lo que te espera!
—¡Cuanto lo siento, lo siento! Perdónenme por el amor de Dios, por favor…
El hombre en la tumba sollozaba como un niño, un sentimiento que no podía controlar, cuando de pronto algo ajeno lo tomo por sorpresa, una extraña sensación inundo sus sentidos, los huesos que se encontraban clavados en su cuerpo se tensaron haciendo estragos en su ser. El hombre cayó de nuevo en un estado de letargo y nuevos recuerdos destrozaron su mente, pero estos recuerdos no eran de su vida. No. Estos recuerdos eran de la persona que había muerto en esa tumba.
Era una muerte dolorosa, un deceso agónico en tiempos de la inquisición, dicha muerte la experimento una, otra y otra vez, así pasaron cientos de años, hasta que su cuerpo se redimió por los pecados que había cometido en vida.
—Padre cuanto lo siento… Padre perdóname por todo el mal que hice. Cuanto lo siento… perdónenme… perdónenme… Los huesos que lo sostenían lentamente se fueron retrayendo, sintió como iban saliendo de su cuerpo, esto le causó un gran dolor, pudo moverse y se incorporó de la putrefacta tumba. Observó los huesos, la carne en estado de descomposición y los gusanos que habían estado por todo su ser, por instinto se limpió un poco la ropa y salió de la tumba.
Lo primero que observo fue como los espectros amorfos introducían a otras personas a las tumbas y a un lado de él se encontraba uno de ellos, observo a la malvada presencia detenidamente. El ente desvió la vista hacia la izquierda.
El hombre giró hacia ese lado y supo que tenía que caminar a ese lugar. Lo que vislumbro después de algún tiempo, fueron unas estructuras amorfas hechas de huesos humanos, pero no eran simples estructuras estas tenían una anormal forma, estas tenían la forma como si hubieran crucificado a alguien, era una cruz de huesos.
La luna sangrienta seguía en el horizonte sin cambio alguno, como si no hubiese pasado el tiempo, pero para él habían pasado ya cientos de años. También pudo ver en el cielo como se formaban unas nubes en forma de calavera, está por muy extraña que parecía estaba acompañada de una gran tormenta. Pero no era una tormenta común y corriente, lo peculiar era que en vez de que cayera agua, como lo hacía normalmente, de esta caía lava.
—¡No, no, no!
El hombre enseguida intento refugiarse en algún lugar pero no había nada que lo pudiera salvar de esa extraña tormenta, corrió, pero fue en vano, la incandescente lava le caía, haciendo jirones sus prendas y quemando la piel.
—Dios por favor ayúdame…
Profería sin cesar una y otra vez, de una manera desmesurada por querer que la tormenta terminara. Su suplicio fue atroz, observaba como las demás personas caminaban, algunos lloraban y se quedaban en el mismo lugar, otros avanzaban unos cuantos pasos e intentaban regresarse, pero a lo lejos se podían ver los entes que los observaban, otros por su parte corrían desesperados intentando terminar con esa tortura.
El hombre comprendió que si tenía que llegar al final tenía que ser con un paso constante, aunque el dolor fuera colosal y exorbitante tenía que ser de esa forma. La penitencia se cumpliría tarde o temprano.
Después de algún tiempo caminando por esa tormenta evocando su vida llego el punto donde la lluvia cesaba, se encontraba muy cansado por el gran recorrido, años y años caminando, andando para purificar su ser. Posteriormente encontró unas estacas, pero estas tenían en la punta cráneos, eran un sinfín por todas partes, y de esa forma caminó entre ellas. Escuchaba ruidos extraños, como si algo se estuviera moviendo sigilosamente entre esas estacas. Se quedó quieto por algunos minutos, tratado de interpretar o descubrir que ocurría en aquel lugar, pero algo inesperadamente llegó;
—¡Aléjate de mí! ¡Bájame! ¡Déjame en paz! ¡Por favor aléjate!
El maligno ente lo tomo de los brazos con sus afiladas garras levantándolo varios metros. El espectro tenia cuerpo de víbora, cabeza de mujer anciana con pelo largo lacio de color negro azabache y tres largos dedos como garras. Un espectro grotesco y tétrico.
La pesadilla del hombre continuaba menguando su ser, con las garras desgarro su piel, tenía una gran cola que se movía. La serpiente lo desolló en cuestión de segundos, dejándolo con sus músculos al rojo vivo, esta grotesca criatura abrió el hocico y emergió un abrazador fuego que calcino todo su cuerpo.
—Dios mío por favor, es… es suficiente…por favor te lo suplico… es… es suficien…te…
El hombre, agonizante, suplicaba para que lo dejaran ir, en su intento por zafarse de esa gran bestia implementaba bastante fuerza, pero el resultado era siempre el mismo, el ente no lo soltaría. Sintió como cada célula de su cuerpo se estremecía, como el fuego invadía todo su ser, lentamente fue perdiendo fuerzas, hasta que no supo más de él y el espectro lo dejo caer como un trapo viejo. En el suelo yacía sin fuerzas carbonizado. Se quedó en esa posición por un largo tiempo no sentía nada, después de un prolongado periodo se fue arrastrando, no sabía de dónde provenía su fuerza de voluntad, pero quería terminar, quería terminar con su agonía.
—Falta poco, lo se…falta poco…
<<Un susurro que se diluía en el tiempo, se difuminaba en la negrura de ese lugar y parecía que dicho susurro encontraba sentido a cada instante>>.
No supo cuánto tiempo se arrastró, hasta que por fin llego a un lugar, había cadenas, ciento o miles de cadenas por doquier. Había personas que se arrastraban como él, otras caminaban encorvadas, visualizo como del cielo caían y tomaban por sorpresa a las personas.
—No…no, no, no, no ya por favor.
Contemplaba como las cadenas los estrangulaban, otros gritaban cuando estas tomaban alguna extremidad, los quemaban a tal punto que les amputaban las extremidades. No sabía que más había en ese tétrico lugar. Solo quería, quería terminar con todo ese martirio.
Una de las cadenas lo sujeto del brazo, sintió como le desgarraba el musculo, era un calor sofocante, no sabía si era más que el fuego de esas siniestras serpientes, sentía que desfallecería en cuestión de segundos, la tortura había llegado a su cúspide, se preguntó para sí mismo; ¿qué más esperaría?, simplemente se había
dado por vencido, pensó que estaría ahí por siempre, por toda la eternidad. Pasaron de nuevo cientos o miles de años y el hombre no sintió cuando la cadena lo había dejado caer cientos de metros, quedando inerte en el sucio piso.
La luna llena sangrienta se miraba radiante en el firmamento, entre las personas inertes o agonizantes se iba aproximando una espesa niebla, esta se fue materializando y de la bruma se formó un ser, estaba constituido por plumas negras y poseía cabeza de cuervo, pero lo peculiar de este espectro era que no poseía ojos, el perverso ente era el juez del séptimo círculo del infierno su nombre era “Zeev”.
El juez se aproximó al hombre moribundo lo levanto con su mano y profirió:
—Creo que ya has cumplido tu penitencia, es momento que te largues de aquí…
Algo interrumpió al juez. Era un suceso que no tenía precedentes, algo enigmático estaba aconteciendo en ese momento. El moribundo hombre no podía mover ni un solo músculo o tendón de su cuerpo, parecía que todas sus células se encontraban en un estado de letargo, era como si no estuviera en ese sitio.
Observó como a un lado de ellos se rasgaba el espacio, se empezó a formar un pequeño agujero negro, este se fue expandiendo y de la singularidad se materializo una gran esfera negra radiante e incandescente.
El juez soltó con desprecio al desahuciado hombre, quedando en el suelo, pudo contemplar y escuchar lo que estaba aconteciendo.
—Señor a que debo su visita…
Comento el juez realizando una reverencia agachando la cabeza, cada movimiento que efectuaba el humo lo precedía para después materializarse. El ser demoniaco profirió unas palabras en otro idioma, era algo ininteligible e incomprensible. El hombre moribundo se enfocó en eso. El ser de luz despedía odio, maldad, crueldad, iniquidad, depravación y vileza.
—Comprendo amo…comprendo…
Profirió el juez. Hubo un pequeño silencio entre los dos pérfidos entes que se encontraban frente al agónico hombre.
—Estoy a sus órdenes príncipe del “Infierno”… que se haga su voluntad amo Luzbel.
El hombre desahuciado cerro los ojos, intentaba abrirlos, pero no podía, su cuerpo se sentía extraño como si no fuera el suyo, cada una de sus células empezó a vibrar, quiso mover su mano, una pierna, pero tenía el mismo resultado, en su cuerpo había algo diferente, se sentía más liviano, más ligero, como si le hubieran quitado un peso de encima, lentamente abrió uno de sus ojos, se inmuto de observar algo diferente en el ambiente ahora en vez de tinieblas y oscuridad había luz.
El hombre se incorporó, no había dolor, ni laceración, tampoco había angustia, ni tormento, el ambiente estaba embriagado de una atmósfera diferente, era cálida y reconfortante. Ahora estaba en un lugar dócil y apacible.
Caminó entre un piso blando y pulcro, levanto la mirada al cielo parecía que las nubes que contemplaba en el firmamento eran infinitas y de estas se fueron materializando unos seres llenos de bondad y docilidad que cantaban sin cesar.
— ¡Etiam in aeri hosanna! ¡Etiam in aeri hosanna! ¡Etiam in aeri hosanna!
¡Etiam in aeri hosanna! ¡Etiam in aeri hosanna! ¡Etiam in aeri hosanna!
¡Etiam in aeri hosanna! ¡Etiam in aeri hosanna! ¡Etiam in aeri hosanna!
El hombre no sabía que significaban esas palabras, ese extraño cantico, pero su corazón conocía lo que decían; “Hosanna en el cielo”, significaba “salvación”.
Los Ángeles y los Arcángeles, los tronos y los serafines cantaban jubilosos una y otra vez, era un cántico que llegaba a todas partes, el hombre prosiguió su camino y observo que ya no tenía esos harapos, su piel no estaba quemada o lacerada, ahora vestía una túnica blanca e inmaculada, su piel era limpia y tersa.
Experimento un éxtasis de felicidad, la dicha y el alborozo bañaban su ser, embargando todo su cuerpo, se encontraba contento entusiasmado y de sus ojos brotaron lágrimas, lágrimas de júbilo y regocijo, dio varias vueltas a su alrededor, se hinco para agradecer a esos seres de luz que le cantaban, que lo invitaban a la bienaventuranza, que le daban la bienvenida al “Empíreo”.
—¡Gracias señor, gracias señor!
El hombre destilaba entusiasmo y gloria, levantó los brazos extasiado observando el cielo infinito ante sus ojos, embargando su ser, eclipsando sus sentidos e irradiando alegría. Exculpado de todos sus pecados el firmamento se fue abriendo,
experimento algo ingrávido en su ser, su cuerpo se fue elevando por el cielo. Todos los seres celestiales seguían cantando efusivamente, el coro era al unísono con sus voces perfectas y encantadoras que lo envolvían en su gloria.
—Dios mío, Dios mío te doy gracias por estar aquí conmigo. El dichoso hombre llego a una cúspide donde se encontraba una luz muy brillante, esa luz le transmitió amor y paz. Sin perder tiempo el hombre se volvió a hincar e inclino la cabeza, cerrando los ojos profirió;
—Señor Dios, hoy vengo ante ti como un hombre nuevo y redimido, acógeme en tu seno oh padre misericordioso, lléname de tu gloria y de tu cariño, tu que todo lo puedes, ya que tu gracia es infinita.
El hombre que seguía con los ojos cerrados realizando su plegaria pudo sentir como la luz que emitía ese ser celestial fue bajando gradualmente su intensidad, con más fuerza que nunca siguió rezando, porque todos sus pecados los había purificado a través de los años o mejor dicho de los siglos, toda una eternidad en penitencia.
—Bendíceme con tu gloria, oh padre, que tú eres el salvador.
Padre, hijo y espíritu santo, que son la divina trinidad, báñame de tu amor señor y siempre estaré a tu disposición para hacer el bien. El hombre abrió lentamente sus ojos, la luz que emanaba del ser divino fue aminorando y pudo ver con mayor claridad. Era apenas una simple silueta que fue tomando forma gradual, el ser de luz frente a él estaba de espalda vestía una túnica inmaculada blanca aperlada y
emitía un brillo único e indescriptible, transmitía amor, felicidad, tranquilidad y paz; el ser celestial se giró con parsimonia…
—¡Tú! —espetó petrificado el hombre redimido—Pero como… cómo es posible esto—se encontraba anonadado, no daba crédito a lo que sus ojos le transmitían. Observo como el ser divino abría sus manos, dándole una cálida bienvenida, y finalmente el hombre menciono;
—Como…cómo es posible que estés en el infierno y también…y también… en… en… en el cielo…
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