La Noche Polar

En Alaska, donde la oscuridad reina durante el solsticio de invierno, un viaje que prometía ser una simple luna de miel se convierte en una carrera contra lo desconocido. Maggie y Ethan, guiados por un misterioso anciano, se adentran en un mundo donde los tótems susurran secretos.

La Noche Polar
Historia creada en colaboración con Maaura Sofía, Mario Alberto Beas y Ouraxi para El Corredor Infinito: La Expansión.

La Noche Polar

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Una historia de ficción y terror cósmico en colaboración con Maaura Sofía, Mario Alberto Beas y Ouraxi.
Un viaje más allá de los tótems y límites boreales.

En Alaska, el sol no siempre regresa. Durante el solsticio de invierno, la oscuridad se convierte en soberana absoluta.

Para Maggie y Ethan, recién llegados —y en plena luna de miel—, era más que un fenómeno astronómico… era una oportunidad. Las auroras boreales, los tótems que parecían observarlos y los secretos enterrados bajo el hielo les prometían una experiencia inolvidable, trascendental.

Aunque, claro, nadie les advirtió que algunas experiencias están hechas para no ser recordadas.

Los tres [Maaura, Mario y Ouraxi] lo entendimos mientras tejíamos esta historia en el Laboratorio de Letras. Bueno, lo entendimos después de un buen número de chancletazos. Porque sí, no se los vamos a ocultar que Ethan y Maggie casi protagonizan una novela rosa de luna de miel gracias a Mario y a Ouraxi. ¿Quién podría resistirse a una cabaña acogedora, besos pletóricos y susurros en una noche ártica? Maaura, claramente. Cada vez que nos desviábamos, la chancla volaba, enderezando la narrativa con precisión quirúrgica.

El resultado: un relato que no solo coquetea con el terror cósmico, sino que se sumerge en él. La Noche Polar no es solo un viaje por la oscuridad; es una invitación a cruzar un umbral. Y cuando lo hagas, recuerda que no es la luz lo que te pierde, es lo que encuentras en la penumbra.

1. Luna de miel

“No soy un producto de mis circunstancias... Soy un producto de mis decisiones.” –S. Convey

Nadie pareció preocuparse cuando una joven pareja de recién casados reservó su viaje para el solsticio de invierno. Ethan Kaawák y Maggie Marshall —ahora Kaawák—: ella, una entusiasta investigadora amateur de fenómenos astronómicos; él, un pragmático profesor de secundaria que prefería mantener los pies en la tierra. 

Pudieron haber escogido otro destino, como Hawái, Cancún, Baía do Sancho, Ibiza, incluso Tahití, pero por algún motivo extrasensorial decidieron encaminarse a una gélida e inolvidable aventura. 

Hacia tiempo que Maggie había estado investigando sobre los fenómenos naturales en Alaska, las reservas indígenas, los tótems, pero sobre todo estaba entusiasmada por ver las auroras boreales surcando el cielo. Testaruda, como ella misma, preparó una presentación para Ethan en dónde mostraba cada detalle del cual estarían rodeados si decía
que sí. 

—¡Por favor, Ethan! He estado investigando durante meses. Las condiciones son perfectas —insistió Maggie, extendiendo su laptop sobre la mesa del desayuno, mostrándole por enésima vez las fotografías de las auroras boreales sobre Alaska. Las manos de Maggie temblaban de emoción mientras pasaba las imágenes. No tardo más que unos segundos y retomo la palabra—. El solsticio de invierno es el momento ideal. ¿Te imaginas? Sesenta y cinco días de oscuridad total… Las luces sobre nosotros como en una danza cósmica. He leído todos los blogs de viajeros que han ido a Alaska, y dicen que los nativos tienen historias fascinantes sobre las luces. ¡Incluso mencionan que son portales a otros mundos! —Maggie se detuvo al ver su expresión escéptica, esa que siempre pone cuando cree que esta siendo demasiado intensa con sus obsesiones—. Incluso leí un artículo fascinante sobre cómo las fluctuaciones magnéticas en el polo norte se asemejan a las anomalías que registraron en el CERN hace unos años. 

—Portales a otros mundos… claro, y yo soy el próximo presentador del Weather Channel —murmuró Ethan, rodando los ojos mientras Maggie seguía con su presentación sobre Alaska —él, consiente de su amor por Maggie, sabía que su entusiasmo desbordado, rozaba en lo absurdo. La mayoría de las parejas normales eligen Hawái o las Bahamas para su luna de miel. Pero no, su querida esposa quiere arrastrarlo al fin del mundo, donde el sol decide tomarse unas vacaciones de dos meses—. Mags, cariño, ¿no preferirías algo más… convencional? Ya sabes, arena, sol, piñas coladas… ¿lugares donde no tengamos que preocuparnos porque nuestros dedos se congelen y caigan? —al ver el brillo en sus ojos mientras hablaba de las auroras, supo que estaba perdido. Siempre lo ha estado cuando se trata de ella. 

A la semana siguiente montados en su vuelo, abrigados hasta los dientes para su helada luna de miel, arribaron al aeropuerto de Ketchikan, una ciudad cargada de misticismo por los tótems que ahí alberga. 

—Por fin llegamos —fueron las primeras palabras que ella profirió al pisar la tierra. 

—¡Ahora estamos listos para todo! —dijo él, con todo el entusiasmo que pudo, aunque no estaba del todo convencido, sabiendo que Mags lo había llevado al fin del mundo. 

Se alojaron en una cabaña cercana a la reserva de la tribu Tongass, una de las más antiguas en la región, al menos con uno de los primeros tótems que cuentan parte de las historias que esta mágica tierra encierra. 

Al cabo de las cuatro de la tarde, como si alguien hubiera corrido un telón sobre el mundo, la oscuridad engulló al pueblo entero y decidieron aventurarse por las calles nevadas a la luz de las farolas. Sus pasos crujían sobre la nieve fresca mientras sus sombras se proyectaban, elongadas y misteriosas, contra los edificios de madera.

Encontraron refugio en un bar local, donde las luces tenues y el aroma a madera y whisky creaban una atmósfera íntima. Tomaron unos tragos. Cada sorbo de whisky enviaba oleadas de calor por sus cuerpos, descongelando no solo el frío de sus huesos sino también de sus inhibiciones. El regreso a la cabaña fue una carrera entre risas ahogadas y tambaleos. El crepitar de la leña en la chimenea no fue suficiente para enmascarar los sonidos de su amor y el amanecer los encontró enredados entre las sábanas, con la primera luz del día ártico filtrándose perezosamente por las ventanas escarchadas, testigo silencioso de su noche de pasión. 

2. Ecos del pasado

“En ocasiones el final es tan ineludible como el inicio que nos ha traído hasta aquí.” —Mario Alberto Beas

Después del desayuno, el jefe Thompson los esperaba. El recorrido por los tótems de la ciudad, indicaba que faltaban menos de una semana para dar inicio al Solsticio de invierno. Thompson les explicó, con una voz de misticismo —esa que usan los ancianos cuando cuentan historias interesantes—, que estaban a punto de presenciar un espectáculo que solo se aprecia cada cien años. 

Sucede que la aurora boreal atraviesa las montañas como una serpiente de luz y se ve reflejada en el mar. La angulación perfecta de la Tierra hace que la luz verde, azulada y violeta se entrecruce de una manera que Thompson describió como “mágica”. El resultado es un domo iridiscente que parece pulsar con vida propia sobre las aguas; el festival de la ballena jorobada estaba por comenzar, aunque nadie mencionó por qué las ballenas elegían precisamente ese momento para emerger de las profundidades. 

Mientras Thompson terminaba de hablar sobre el fenómeno, Maggie no podía ocultar su emoción. Hacía poco habían descubierto que Ethan tenía ancestros indígenas del clan Gaanaxadi. Este descubrimiento se había convertido en una obsesión para ella, quería descubrir más sobre su historia. 

Un mapeo genético, realizado casi por casualidad, sugirió que la abuela paterna de Ethan había pertenecido al mencionado clan. Pero lo que realmente había capturado la atención de Maggie era un detalle inquietante, pues descubrieron que había desaparecido justo en el solsticio de invierno.

—Por favor, amor —susurró Maggie, su voz mezclando frustración y súplica mientras tocaba el brazo de Ethan—, ¿no puedes al menos mostrar un poco de interés? Es tu abuela. 

El cambio en el rostro de Thompson fue instantáneo y dramático. Al escuchar lo anterior, abrió los ojos de manera exorbitante, tal vez miedo; mientras su mano se aferraba instintivamente a su bastón ceremonial, no podía creer lo que acababa de escuchar. 

—Ahnah —el nombre salió de sus labios como un esbozo inquietante— Una de las mujeres más interesantes y admirables de la tribu. Sabia y líder del clan —su voz temblaba ligeramente mientras las palabras salían—. Es… es increíble que haya tenido descendientes. Desde su desaparición, buscamos incansablemente contactar a la familia, pero era como si algo o alguien hubiera borrado deliberadamente todo rastro —Thompson no podía apartar la mirada de Ethan, incrédulo de tener al nieto de Ahnah enfrente.

Ethan, por su parte, permaneció tan inmutable como los tótems que los rodeaban. Su rostro era una máscara de indiferencia, aunque algo en la tensión de su mandíbula sugería que la mención de su abuela había tocado alguna fibra sensible. Hablar de su familia no era su fuerte, mucho menos de una abuela que nunca conoció. Era un hombre muy hermético en eso; en eso y en otras cuestiones que Maggie apenas comenzaba a descubrir. 

La ventisca comenzó a arreciar mientras caminaban entre los tótems. Ethan, con los labios casi azules por el frío, no pudo contenerse más. Ya eran las 15:00 h.

—¿Ves por qué insistí en Hawái? —murmuró a Maggie, frotándose las manos enguantadas—. Podríamos estar ahora mismo en una playa, con el sol calentando nuestros huesos, en lugar de... —su voz se perdió en el viento que silbaba entre los árboles de manera antinatural.

—Señor y señora Kaawák —la voz de Thompson cortó el aire gélido como un cuchillo—. ¿Les gustaría escuchar una historia? —sus ojos brillaron de manera peculiar mientras señalaba el tótem más antiguo, uno cuyas facciones parecían distorsionarse con las sombras danzantes—. Es sobre el tótem del clan de Ahnah. Creo que... es importante que la escuchen.

Thompson los guió hacia unas piedras planas dispuestas en semicírculo. Con movimientos precisos y casi rituales, comenzó a preparar una fogata. Sus manos arrugadas se movían con una gracia hipnótica mientras apilaba la madera sobre la nieve compacta. Sacó de su bolsa un polvo que esparció entre los leños.

—Corteza de abeto negro mezclada con sales del mar profundo —explicó, notando la curiosidad en los ojos de Maggie—. Los antiguos decían que mantiene alejados a los... visitantes indeseados.

Con un solo movimiento, encendió la fogata. Las llamas se elevaron instantáneamente, demasiado altas y vigorosas para una fogata normal, con tonos verdosos y azulados bailando entre el naranja natural del fuego.

—Este tótem —comenzó Thompson, mientras las sombras proyectadas por el fuego parecían hacer que las figuras talladas cobraran vida— fue tallado hace más de trescientos años, cuando las ballenas jorobadas comenzaron a comportarse... diferente —hizo una pausa, mirando hacia el mar oscurecido—. Los ancianos decían que las ballenas no nadaban hacia la superficie, sino que parecían ser llamadas por algo. Algo que solo se manifestaba cuando las luces danzaban sobre el agua.

El viento aulló con más fuerza, haciendo que las llamas se inclinaran todas en una misma dirección, como señalando algo en la distancia. Los árboles crujían y sus ramas golpeaban entre sí, creando un ritmo inquietante.

Thompson observaba fijamente las llamas verdosas mientras sus manos arrugadas aferraban con más fuerza el bastón ceremonial. Las sombras danzantes hacían que las figuras del tótem parecieran retorcerse de manera antinatural.

—Este tótem —continuó Thompson, su voz mezclándose con el silbido del viento— cuenta la historia de cuando las ballenas comenzaron a responder al llamado. Pero hay otro... —sus ojos se movieron hacia la oscuridad del bosque— uno que explica el por qué. El mismo que Ahnah encontró antes de…

Una ráfaga particularmente violenta apagó la fogata, como si algo no quisiera que la historia continuara. En la repentina oscuridad, el manto estelar sobre ellos revelaba la Vía Láctea en toda su magnificencia, y en el horizonte, las primeras luces de la aurora comenzaban a danzar.

—Debemos movernos —murmuró Thompson con urgencia mientras se levantaba—. La historia completa está en otro lugar, y con estas luces, no tenemos mucho tiempo.

Se adentraron en el bosque, guiados solo por la luz de la luna y el ocasional destello verdoso de la aurora naciente. El ulular de un búho resonaba entre los árboles como un presagio. Maggie se aferró al brazo de Ethan mientras avanzaban, sus pasos crujían sobre la nieve virgen.

—¿Qué es eso? —la voz de Ethan cortó el silencio. Su mano señalaba hacia algo entre los grandes pinos.

A través de la bruma helada, una forma colosal comenzó a revelarse. Maggie contuvo el aliento. Ante ellos se alzaba un tótem que desafiaba todo lo que había investigado, uno que jamás había aparecido en ningún blog ni registro fotográfico.

El monumento se elevaba unos quince metros hacia el cielo estrellado. Su base iniciaba con una serie de esferas, cada una grabada con símbolos que parecían más antiguos que la escritura misma. Conforme ascendía, las figuras se volvían cada vez más perturbadoras; una serpiente con alas plegadas, criaturas que desafiaban toda clasificación conocida, y en su centro, un trapezoedro que parecía emanar una luz iridiscente similar a la de la extinta fogata.

—Este es el verdadero registro —susurró Thompson, su voz temblando ligeramente—. El que Ahnah protegió hasta... —se detuvo, sus ojos fijos en la figura que coronaba el tótem: un pulpo cuyos tentáculos se desplegaban como alas cósmicas, extendiéndose hacia el cielo donde la aurora boreal comenzaba a intensificarse.

—Este no es un tótem cualquiera —continuó Thompson—. Durante años hemos estudiado las grabaciones, observando cambios, pareciera como si fuese un temporizador, anunciando la llegada de algo, en tres días celebraremos el solsticio de invierno y la llegada de la ballena jorobada, quien fue la guía espiritual de tu abuela.

Ethan y Maggie habían permanecido en un sepulcral silencio, parecía que el tótem tenía vida. Adelantándose un poco, Maggie se atrevió a tocarlo y una luz azul salió del centro de aquel monumento, desplegándose como un rayo hacia el cielo.

3. La llegada de Taan Kéet

“El amanecer revela cosas que la oscuridad prefiere enterrar” —Maaura, Mario y Ouraxi

Los ojos de Maggie resplandecieron con la misma luz, pareciera que se estaba fundiendo con la estructura, Thompson e Ethan corrieron para tratar de separarla pero un campo magnético arrojó a Thompson con una especie de impulso eléctrico, Ethan interpuso su mano entre Maggie y el tótem, parecía un escudo, fue la manera en que logró que su esposa se separa.

La familia de Thompson y algunos nativos, al ver aquel extraño acontecimiento, no tardaron en llegar al lugar. Los llevaron a las cabañas en dónde permanecieron en un trance extraño, el jefe sólo decía que llegarían pronto y que nadie estaba a salvo, solo la sangre de la reina volvería a protegerlos.

Maggie no despertaba, habían pasado más de un día y medio, pero su estado era el mismo. Ethan desesperado llamó al doctor para que la revisara, incluso los chamanes de la aldea no se separaron de su lado. Tras algunas revisiones y exámenes de laboratorio concluyeron que todo era normal en ella, incluyendo el bebé que en ella se gestaba.

—¿¡Cómo!?, ¿¡voy a ser papá!?— Ethan no podía con tal emoción, sentimientos encontrados le atravesaron el pecho. Estaba feliz por la gran noticia y preocupado por su esposa, y lo extraño que había pasado en aquel lugar.

Thompson al escuchar la condición de Maggie entendió lo que estaba pasando

—Ethan, tengo que preguntarte algo —su voz sonaba trémula y llena de tristeza—. ¿En tu familia además de tu padre y tú, existen mujeres que lleven la sangre de Ahnah? —entornó los ojos, expectantes a la respuesta de Ethan, aunque era evidente que ya sabía que era una negativa.

—No —respondió Ethan, su voz quebrándose ligeramente—. Solo mi padre y yo. El abuelo... —hizo una pausa, como si las palabras le pesaran— siempre evitaba hablar de ella, excepto cuando mencionaba aquella historia de la ballena voladora..

Thompson cerró los ojos un momento, como si confirmara algo que temía. Sus dedos recorrieron los nudos de su bastón ceremonial con una presión inquietante.

—Las mujeres del clan Gaanaxadi no solo portan la sangre de Ahnah —murmuró Thompson, acercándose a la ventana donde las auroras comenzaban a tejer patrones cada vez más complejos—. Son las guardianas de un conocimiento primitivo. Los símbolos en el tótem del pulpo... no son advertencias ni decoraciones. Son un lenguaje, uno que solo ellas pueden interpretar completamente.

Se volvió hacia Maggie, quien yacía inmóvil en la cama, su respiración tan superficial que apenas empañaba el aire gélido.

—Tu abuelo no había enloquecido, Ethan. Lo que vio aquella noche... —Thompson se detuvo, eligiendo cuidadosamente sus siguientes palabras—. Las ballenas jorobadas no son simples criaturas marinas. Son... mensajeras. Y lo que algunos llaman Kraken —su mirada se perdió en la oscuridad más allá de la ventana— es apenas una interpretación de algo más vasto, más antiguo que nuestros primeros tótems.

Un sonido grave reverberó desde el mar, haciendo vibrar los cristales de la cabaña. No era el canto habitual de las ballenas; tenía un patrón que sugería propósito… intención.

—Tu abuelo no estaba loco, como todos pensaban —murmuró Thompson, su voz cargada de un peso ancestral—. La historia de la ballena voladora y el Kraken... era su manera de comprender lo que presenció aquella noche. Lo que realmente vio era al Taan Kéet, el Guardián de las Profundidades Ancestrales. Hay verdades tan vastas, tan antiguas, que la mente humana solo puede procesarlas fragmentándolas en historias más simples. Los antiguos lo nombraron Taan Kéet no por su forma, sino por el efecto que deja en las almas de quienes lo contemplan, uno tan profundo como los abismos más oscuras del océano.

Se acercó a la ventana donde las auroras comenzaban a tejer patrones cada vez más complejos.

—Las mujeres del clan Gaanaxadi no solo portan la sangre de Ahnah —continuó—. Son las guardianas de nuestra cultura. Los símbolos en el tótem del pulpo... no son advertencias ni decoraciones. Son un lenguaje, uno que solo ellas pueden interpretar completamente. El Taan Kéet —su voz se volvió apenas un susurro— es apenas una sombra proyectada en la pared de nuestra comprensión.

Se volvió hacia Maggie, quien yacía inmóvil en la cama, su respiración tan superficial que apenas empañaba el aire gélido.

Un sonido grave reverberó desde el mar, haciendo vibrar los cristales de la cabaña. No era el canto habitual de las ballenas, habían llegado antes de la fecha estimada, algo o alguien las había atraído.

Maggie, aún postrada en la cama, sale de su cuerpo a un plano astral, puede ver todo a su alrededor, sentir la preocupación de los integrantes de la tribu y la inquietud de Thompson e Ethan.

Siguiendo el canto de las ballenas, Maggie llega a la orilla, sube al kayak, atraviesa formaciones gélidas a su paso y al estar en la presencia de aquel enorme animal, no siente miedo, al contrario hay una conexión extrasensorial. Extiende su mano y bordea lo que parecen tatuajes, líneas onduladas en el cuerpo de la ballena, incrustaciones de piedras iridiscentes que brillan con la luz de la aurora boreal.

Sube a su lomo y su viaje astral continúa a las profundidades, hacia una formación circular rocosa, parecían cabezas de centinelas rodeando la figura de la Diosa Sedna, la cual resplandecía con las luces nocturnas filtrándose entre el hielo y el agua. 

Maggie al tocarla puede ver la historia del pueblo pasar por sus ojos, se llena de la sabiduría de Ahnah y sus ancestros, es ahí donde entiende el sacrificio de Sedna, su comunión con el mar y la misión que le fue conferida.

Pareciera que el tiempo se hubiera detenido y Maggie regresa a su cuerpo, al abrir los ojos y encontrarse con Ethan de frente, rompe en llanto, aferrada aún al cuello de su marido, gira la vista a Thompson y asiente, dando a entender que tiene clara cual es su misión y el destino que le espera.

Estamos a un día de la llegada de Taan Kéet, dice Thompson…

Estaba por retomar la palabra cuando inesperadamente un miembro de la tribu irrumpió en la cabaña abriendo la puerta estrepitosamente;

—Algo no está bien.

El silencio reino en el lugar, como si supieran o sintieran que algo malo estaba aconteciendo, enseguida el jefe Thomson dio un paso al frente para saber de que se trataba todo esto, sin embargo el temor se apoderó de cada uno de los presentes cuando vieron cómo entraban con un conejo blanco que parecía muerto…

No existía nada de malo en esto, o al menos no como ellos se lo esperaban, sus funciones vitales habían cesado, pero aquí lo peculiar fue que cuando lo vieron detenidamente se pudieron percatar que un evento insólito.

Al abrir un poco el esternón se percataron que los órganos internos estaban licuados, era una masa gelatinosa donde no se podía apreciar donde comenzaba un órgano y donde terminaba otro. Y para finalizar la tétrica escena, la sangre había adquirido una tonalidad diferente, fue en ese momento que Ethan rompió el silencio.

—¡Mierda! ¿Qué es eso? ¿Acaso eso es algo normal? porque hasta donde yo tengo mis conocimientos de anatomía eso no es normal.

De nuevo un silencio los aprisionó, dejándolos en un vilo sepulcral. Esto era una línea que se estaba cruzando y todos en el clan sabían su significado.

—Mags amor ¿dime que es todo esto? —retomó la palabra mientras la tomaba con fuerza de los hombros.

Ella con una mirada casi vacía soltó un suspiro y susurro;

—Es tiempo…

—Sí, es tiempo pero tiempo para largarnos de este jodido lugar, te dije que teníamos que ir a una playa con piñas coladas, no donde viéramos…viéramos esto…

Las palabras quedaron a la deriva, como si hubiera algo que las detuviera, un nudo en la garganta donde se reprimía una arcada. Nunca se imaginó ver en vez de sangre un líquido que se parecía a las auroras boreales.

Ethan enseguida agarró a Maggie para salir de allí, los miembros de la tribu no se lo impidieron, estaban absortos observándolos, aunque todas las miradas estaban enfocadas en ella.

—Y como pretenden salir de aquí si ya no hay vuelos disponibles—agregó el jefe Thomson al ver que cruzaban el umbral—Lo mejor será hacer el ritual.

Estas fueron las últimas palabras que profirió mientras salían y vean un escenario onírico pero al mismo tiempo apocalíptico.

Contemplaron como los pinos se habían petrificado, estaban totalmente negros y retorcidos, muertos como si algo los hubiera secado desde adentro. Estaba nevando y a su alrededor se podían ver decenas de animales muertos, estos iban desde alces, zorros, búhos, águilas, lobos, incluso osos. Todos compartían algo similar y era que estaban muertos y de los orificios le salía ese líquido que era de diferentes colores.

Esto solo hizo que levantaran la vista, en el firmamento estaba una nueva conformación de aurora boreal, una donde la tonalidades se entremezclaban en una danza idílica. Gama multifacética, escala ígnea.

Se estaba formando un nuevo color…

4. Sacrificio

“La belleza del mundo tiene dos filos, uno de risa y otro de angustia, cortando el corazón en dos.” — Virginia Woolf

Ethan nunca había sentido algo tan oscuro, tan… absoluto. El nuevo color de la Aurora Boreal seguía allí, una aberración que devoraba el sentido de todo lo que alguna vez creyó real. Era como si el mundo hubiera muerto en un parpadeo, y ahora solo quedaba este espectro púrpura-escarlata —un brillo casi metálico que parecía desprender chispas, un manto de locura que envolvía la realidad misma.

—Mags… —murmuró, aunque en ese momento dudaba si la voz que sonaba era suya o un eco perdido en aquel abismo que lo separaba de todo—. ¿Qué estamos haciendo aquí?

Pero ya no se trataba de ellos. Nunca se había tratado de ellos, ni del amor que los unía, ni siquiera de su futuro. No había futuro, no en este lugar. Porque algo los había traído aquí para servir un propósito más allá de sus deseos… más allá de… de su voluntad. Algo que estaba por despertar, y que había esperado desde la partida de Ahnah, escondido en el bosque, bajo la tierra, en el mar, en las pesadillas que se cuelan en la mente humana desde el origen de los tiempos.

Y entonces, en medio del pavor que le corroía el alma, Ethan sintió la mirada de alguien más. Sí, tú, que ahora sostienes su destino en la palma de tu mano. Te has convertido en su sombra, una presencia que se cierne sobre su mente, como el toque invisible de una pesadilla que se empeña en no soltarlo.

¿Lo sientes? Esta oscuridad, esta desesperación que crece en su interior, tan palpable que pareciera deslizarse de la página, acechándote. Porque aunque lo niegues, aunque sigas diciéndote que solo estás aquí para observar, eres parte de esto. Tú también elegiste estar aquí, en este bosque maldito, junto a Ethan, bajo el cielo que amenaza con desgarrarse.

—Es el Taan Kéet —susurró Maggie, y sus palabras atravesaron a Ethan como un cuchillo. Ella sabía… siempre había sabido, ¿verdad? Lo veía en sus ojos, en esa sabiduría oscura y resignada que nunca antes había notado. Maggie sabía, y sin embargo, lo había arrastrado hasta aquí. La mujer que amaba, la madre de su hija, no era quien él creía. Era un peón en el juego de una Diosa, algo que devoraba la vida como una bestia que despierta después de una era de hambre.

El suelo tembló, y con el temblor, él sintió que el tiempo mismo se desplomaba. No era solo el suelo, era cada memoria, cada plan, cada sueño. Ethan sintió cómo el bosque parecía inclinarse hacia ellos, los árboles retorcidos y el viento susurrando palabras en un idioma antiguo que él nunca había aprendido, pero que ahora, extrañamente, entendía.

—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó, y el sonido de su propia voz le resultó ajeno, casi inútil. El bosque se lo tragaba todo; incluso sus palabras se desintegraban antes de llegar a Maggie, quien parecía atrapada en otro plano, mucho más allá de él—. ¡No quiero saber qué es esa cosa! ¡No quiero saber!

Pero ella… ella no lo escuchaba, y él lo sabía. Se le heló la sangre al verla con sus ojos fijos en el horizonte, la expresión de quien está a punto de abandonar toda esperanza.

—No hay escapatoria, amor —murmuró ella, y Ethan sintió cómo esas palabras lo destruían por dentro. La mujer que él había amado, la mujer que iba a tener su hija, ya no estaba con él, no de la forma en la que alguna vez había estado. Ella pertenecía a otra cosa, y él… él estaba atrapado, siendo testigo de su propio final, como si ya nada de esto le perteneciera, ni su vida, ni sus pensamientos.

Fue entonces cuando apareció Thompson, el jefe, pero ahora parecía una figura sombría, de esas que siempre había evitado, como uno evita una sombra alargada al borde de un acantilado. El rostro de Thomson estaba vacío, inexpresivo, como si ya hubiera visto el final de la historia y supiera que no había nada que pudiera cambiar. 

—El Taan Kéet ha sido invocado —dijo con voz grave, y esas palabras cayeron como una sentencia de muerte—. Y solo un sacrificio podrá apaciguarlo, Thompson volteó la vista hacia el vientre de Maggie, pero Ethan cegado por el amor a su esposa no quería admitir que la respuesta se encontraba en la sangre que la recorría por dentro.

Él no sabía que esperaba a una niña, pero todo en su interior le gritaba que era así, porque la sangre de Ahnah siempre había pertenecido al mar y al Taan Kéet.

Thompson volteó a ver a Ethan, quien se encontraba absorto sin poder asimilar que todo lo que amaba estaba a punto de desaparecer, tenía que entregar a su esposa e hija para calmar la ira de esa oscuridad que se expandía de manera colosal.

Los nativos irrumpieron en la cabaña, suplicando e implorando a Thompson iniciar el ritual que les permitiera terminar con algo que tal vez, no tiene solución.

Thompson comenzó a recitar una lengua extraña, una que no era propia de su pueblo, era una lengua que se había perdido en el tiempo.

El jefe sacó de una bolsa un polvo que esparció por el cuerpo de Maggie, Ethan de inmediato se opuso pero los miembros de la tribu lo sujetaron de ambos brazos para que no irrumpiera en el rito sagrado.

—¡Mags! ¡Maggie! ¡Por el amor a Dios, reacciona! —vociferó intentando en vano zafarse del agarre. Ethan al verlos solo podía ver aquel semblante sombrío e inexpresivo.

La oscuridad los había consumido.

El ritual ancestral había comenzado y una lumbre verde comenzó a emerger de las profundidades de la tierra, esta iba adquiriendo diferente tonalidad mientras iba avanzando el ritual.

Ethan comenzó a moverse de forma desesperada, intentando todo por salvarla, los truenos caían uno tras otro, eran de un color rojo intenso que a su paso iluminaban aquel escenario cruento.

Por otra parte el canto de las ballenas se intensificó, era como si su frecuencia se hubiera multiplicado y desde esa distancia en la que estaban veían como salían del mar, dando unos enormes saltos que desafiaban a la gravedad.

Podían ver como las ballenas salían y surcaban el firmamento como si el aire fuera una extensión del mar. Cautivado por los tatuajes de éstas y su brío iridiscente siguió gritando.

Era…era un escenario irreal, era un escenario fantasmal.

El Taan Kéet había comenzado, en el mar se reflejaba esa insólita aurora boreal, los colores emergían como si tuvieran vida, no parecían una refracción del cielo, todo estaba conectado, abriendo un portal a otro plano, a otro universo.

El mar comenzó a moverse por sí solo, tenía vida o alguien lo estaba moldeando a su antojo. Se abrió y dejó al descubierto los tótems que allí se encontraban.

—Margs, por el amor de Dios…amor…por favor… —Ethan dejó escapar estas palabras entre lágrimas al ver como el fuego la cubría y la llevaba hacia ese lugar.

—Lo siento…esta es su voluntad…la voluntad de Ahnah.

Estas últimas palabras lo dejaron sin aliento, todo lo que él sentía y quería en la vida estaba frente a él, pero se estaban alejando, ahora podía ver cómo flotaba entre relámpagos, entre ballenas y auroras boreales inimaginadas.

De nuevo otro terremoto, uno con mayor intensidad lo sacudió, era el momento, era el tiempo, era el instante de saciar a esa entidad cósmica sin pretextos.

Maggie siguió flotando, tenía los brazos extendidos, resignada a un inevitable final, su piel adquirió un nuevo brío, uno del mismo color que el cielo. Un tono púrpura-escarlata con ese toque plateado.

Alrededor de los tótem se encontraban figuras espectrales, eran todas las almas que había consumido a través de toda la humanidad. Esto no solo se limitaba a la abuela de Ethan, era un sacrificio que había estado plasmado por eones y eones a la deriva.

Finalmente Maggie arribó al centro del lugar, parecía absorta, como si estuviera en trance, ya no era ella, sino que ahora sería parte de algo inefable, de algo inenarrable.

5. El abismo

“Si miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.” — Friedrich Nietzsche

Dio varios pasos, observó a su alrededor, había miles de animales marinos, focas, orcas, tiburones, mantarrayas, todos parecían unidos con un fino hilo, uno que estaba unido por unas fibras azabaches, filamentos de un mismo ser. Eran estratos de otro plano que se materializaba de la diosa Sedna.

Maggie observando aquel escenario y sabiendo que era lo que tenía que hacer lo hizo. Tocó el tótem sagrado, ese que estaba en medio del lugar y al hacerlo un imponente rayo impactó sobre ella. La luz roja cubrió todo su ser y una ola de energía se diseminó mientras eso que había estado en letargo la tomó…

Ethan forcejea con Thompson, cada fibra de sus ser clamando por Maggie. La tierra a su alrededor tiembla y cruje, como si algo imperioso bajo la superficie estuviera empujando para salir, para destruir todo lo que alguna vez fue vida. Con un último grito, Ethan se libera del agarre de Thompson, pero en ese instante, el aire gélido —no, algo peor que el frío, algo que atraviesa más allá de la piel— se clava en su brazo como millones de agujas.

Mira horrorizado como su brazo izquierdo comienza a cristalizarse, a romperse, mientras un dolor inhumano lo recorre, abriéndose paso como una grieta que lo atraviesa hasta el pecho. Antes de que pueda asimilarlo, su brazo simplemente… se quiebra, deshaciéndose en fragmentos de hielo que caen, retumban y se mezclan con la nieve teñida de un color escarlata. No tiene tiempo para gritar; el frío le roba incluso el aliento.

—¡¡MAGGIE!! —su voz sale rota, deformada y al dar el primer paso en dirección a ella, siente como la carne en sus piernas comienza a desgarrarse, abriéndose con el contacto del aire, como si el mismo mundo intentara detenerlo, romperlo antes de permitirle llegar a ella.

Y tú, si, tú, que lo estás viendo, ¿lo sientes? ¿Sientes cómo su piel se desprende en jirones, cada pedazo de carne expuesta convirtiendose en una herida abierta que no sanará, en una cicatriz que ni siquiera tendrá tiempo de formar? Porque mientras avanzas palabra por palabra, lo estás llevando al abismo, a un final que tú mismo has construido.

Sigue avanzando.

Hacia Maggie.

Hacia el final.

Hacia el terror absoluto.

Cada paso es una tortura. Ethan cae de rodillas, sus piernas se parten al instante como ramas quebradas, dejando expuestos sus huesos congelados. Gira la cabeza, intentando alcanzar a ver a Maggie una vez más, y en cámara lenta, observa como el bosque entero se convierte en una visión apocalíptica; los animales marinos surgen del mar, atrapados en el aire, congelándose en un instante y estallando en fragmentos de hielo. Los búhos y cuervos caen del cielo como meteoritos que se rompen al tocar la tierra, sus alas convertidas en astillas, sus ojos en perlas de hielo.

A su alrededor, los árboles crujen, se retuercen, petrificándose hasta partirse como vidrio bajo una presión brutal. Los tótems estallan en mil pedazos, sus facciones sagradas borradas para siempre, sus historias convertidas escarcha. Todo cae, todo se quiebra, y él… él también.

Ethan cae, y mientras lo hace, el viento lo atraviesa como si fuera cuchillas invisibles, desollando su piel hasta dejar solo hueso y carne congelada, exponiéndolo en cada caída, en cada golpe. La gravedad parece burlarse de él, alargándolo, permitiéndole sentir cada segundo mientras el hielo lo consume. Y tú, que no has soltado esta historia, tú también estás cayendo con él. Lo llevas hacia un fin sin retorno, tú, el verdadero Taan kéet, el que lo despierta, el que lo obliga a destruirse con cada palabra que avanza.

¿Podrías detenerte, verdad? Apartar la mirada, cerrar el libro. Podrías salvarlo de este tormento, permitirle despertar de esta pesadilla. Pero, no lo harás, ¿verdad?

El último aliento de Ethan se congela en su garganta, y cuando su cuerpo se estrella en el suelo, se rompe, se hace pedazos. Fragmento por fragmento, su ser se desintegra, atrapado en esta Noche Polar. 

El silencio cae, absoluto, y el mundo entero se rompe en fragmentos de hielo, como un orbe helado que se desploma en la eternidad.

FIN.

Epílogo

Blooper: Cuando las palabras se desvían, la chancla voladora interviene. Y no hay narrativa que escape a su vuelo.

La Noche Polar no es solo una historia; es un umbral hacia lo desconocido, una extensión natural de las sombras y los misterios que habitan en El Corredor Infinito. Cada palabra, cada giro narrativo, nació de un lugar donde la imaginación y el abismo se encuentran, y desde ahí quisimos invitarte a cruzar con nosotros.

Esta historia no habría tomado forma sin la chispa creativa de Maaura Sofía, quien con su alquimia narrativa se unió a esta oda, transformando cada rincón helado en un lienzo para lo inefable; guardiana de los hilos narrativos. Tampoco sin Mario Alberto Beas y Ouraxi, cuyas ideas y perspectivas expandieron el horizonte de este viaje. Un equipo cuya dedicación y visión permitieron tejer esta historia con la precisión y la profundidad que exige una historia como esta.

A ti, lector, gracias infinitas por aventurarte en nuestras biblias y ser parte de esta travesía.

La tinta fluye, y mientras lo haga, seguiremos escribiendo historias para quienes buscan más allá de lo visible.

Nos vemos en el próximo umbral.

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El Corredor Infinito:

El corredor infinito
En ese abismo naciente, el corredor infinito se extiende como una arteria de posibilidades insondables. Cada fractura y cada partícula dispersa son un portal hacia historias no contadas, secretos que aguardan el toque de nuevas mentes intrépidas y corazones resueltos.

Cornerstone.

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Maaura Sofía

Maaura Sofía

Mi tinta ha sido cargada de sueños y fantasía, perdida entre letras escribo lo que dicta la imaginación, viajo entre mundos explorando nuevos rumbos.

Mario Alberto Beas

Mario Alberto

La tinta negra se fusiona con la bruna iridiscente dando origen a historias insondables en el páramo, donde los seres de otras dimensiones nos observan para transmitir el horror cósmico.

Ouraxi

Ouraxi

Ya sea navegando por los insondables mares del terror cósmico o adentrándome en los oscuros confines de la ciencia ficción, mi pluma se niega a permanecer anclada en lo mundano.

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